miércoles, 27 de marzo de 2013

20 años (III) Desarrollo natural


La muerte de un oficio pasa, a menudo, por la dificultad para transmitirlo de una generación a otra. Cualquiera que visite una facultad de Ciencias de la Información pensará que al periodismo aprendices no le faltan (hace como 15 años oí decir a Cebrián que ni todo el mercado europeo podía absorber la cantidad de alumnos que salían de nuestras universidades), pero cada vez hay menos oportunidades para aprender.

Como mucha gente sabe, pertenezco a la última generación de intrusos, gente procedente de otras ramas que cayó en el periodismo por azar y tuvo su oportunidad en él. Al cabo de los años he tenido a mi cargo a bastantes estudiantes que, bajo la ambigua figura del becario, necesitaban que alguien les fuera enseñando lo que no se aprende en la escuela: las rutinas de la redacción y las ruedas de prensa, la práctica de las normas de estilo, las habilidades para titular, componer noticias o preparar entrevistas, la creación de tu propia agenda... Pero sobre todo, necesitaban equivocarse, y aprender de sus errores. 

Esas prácticas permitían a las empresas, previa evaluación, fichar a los alumnos prometedores, y en todo caso colocaban a los estudiantes en la pista de la vida real, como un imprescindible puente entre el aula y el mundo laboral. En ellas, los jóvenes adquirían también un sentido de la dignidad que los vacunaba contra los empresarios aprovechados. Al mismo tiempo, su presencia refrescaba las redacciones, obligaba a los veteranos a no apalancarse y a aprender, también ellos, de la savia nueva de la profesión. Porque un becario, hasta el más brillante, da trabajo, mucho trabajo, pero la buena inversión siempre produce beneficios -sobra decir que no sólo económicos.

Ese desarrollo natural ha quedado truncado dramáticamente por la situación actual, en el que plantillas diezmadas por los despidos se oponen, como es lógico, a la entrada de aprendices que corren el riesgo de ser usados como mano de obra barata. Por su parte, los estudiantes empiezan a ver con desaliento que sus posibilidades de crecer menguan cada día, y conozco a muchos que, a pesar de su firme vocación y sus capacidades, están abandonando la idea de dedicarse algún día al periodismo. 

Como en los gremios artesanos, la profesión va camino de quedar en manos de voluntariosos idealistas, esos que nunca han de faltar, pero sobre todo se cierne sobre ella la amenaza del amateurismo: la sensación de que la prensa es un hobby, un divertimento, un capricho, pero no una profesión que se aprende y se perfecciona con los años. De acuerdo, muchos empezamos con lo puesto, en periódicos universitarios, en boletines de barrio, en fanzines, en pequeñas emisoras pirata. Estuvimos mal pagados, sin medios, incluso sin audiencia. Pero nunca estuvimos solos.       

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